Entrevista concedida a Javier Navascués para “Adelante la Fe” el 27 de julio del 2017.
Artículo original en Adelante la Fe: http://adelantelafe.com/la-existencia-dios-al-alcance-mundo/
¿Por qué la existencia de Dios no es evidente en sí misma para nosotros?
Para responder esto en su correcto contexto debemos ir a la etimología (origen) de la palabra “evidente”. Etimológicamente, “evidente” proviene del vocablo latín evidentis que significa “que es visto enteramente”. Pero resulta que Dios en sí mismo no puede ser propiamente visto, dado que no es un ser físico, y tampoco puede ser abarcado enteramente por nuestro entendimiento, dado que es infinito. En ese sentido, la Escritura -que es pertinente citar aquí puesto que se trata de un medio católico- establece que “a Dios nadie lo ha visto jamás” (Juan 1:18). Dicho de otro modo: la existencia de Dios no nos es directamente evidente porque Él está en otro plano (trascendente, inmaterial, etc.).
Hombres de todo tiempo y cultura se han planteado la cuestión de Dios. ¿Puede el hombre con su sola razón natural llegar a descubrir que Dios existe tal como define el Concilio Vaticano I?
Por supuesto. Como ya señalaba Santo Tomás de Aquino (no puedo evitar el muy sano “vicio” de citarlo puesto que soy filosóficamente tomista), la existencia de Dios si bien no es directamente evidente, sí es perfectamente demostrable a partir de cosas que nos son evidentes. Pues bien, el hombre con su razón natural puede conocer el mundo y a partir de allí inferir la existencia de Dios. Es decir, por medio de la inteligencia podemos deducir lo que no vemos a partir de lo que vemos. Ese es el método aristotélico-tomista. Por tanto, está en lo correcto el Concilio Vaticano I en afirmar que la razón natural puede llegar a descubrir la existencia de Dios y es en ese sentido que yo fuertemente abogo, como queda claro desde el primer capítulo de mi libro ¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer, por la posición teológica conocida como evidencialismo, de acuerdo con la cual la sola razón humana puede establecer la existencia de Dios a partir de la reflexión sobre las evidencias del mundo.
Y esto también es acorde a la Escritura. Dice el apóstol Pablo refiriéndose a los paganos (es decir, personas que no tienen en específico el elemento de la fe y que, por tanto, solo cuentan con la razón natural): “Lo que de Dios se puede conocer, ellos lo conocen muy bien, porque Él mismo lo ha mostrado; pues lo invisible de Dios se puede llegar a conocer si se reflexiona en lo visible que Él ha hecho” (Romanos 1:19-20). Ergo, el método tomista (que es el que sigo en mi mencionado libro) es perfectamente bíblico: se reflexiona (filosóficamente) sobre lo visible (el mundo) para inferir lo invisible (Dios). En suma, racionalmente podemos llegar al Creador a partir de la creación. Y digo aquí “creación” no porque cometa una falacia de petición de principio (en mi libro, que es eminentemente filosófico, jamás parto de atribuir la cualidad de “creación” para hacer inferencias sino que parto de términos neutros como “seres”, “universo”, “mundo”, etc.) sino simplemente porque, siendo este un medio católico, el hablar de “creación” sería ya parte de un “lenguaje común compartido”. Cabe hacer esta aclaración pues ya ha habido quienes han distorsionado declaraciones mías de este tipo sacándolas de contexto (fácil es atacar cuando no se enfrentan propiamente mis argumentos sino a distorsiones o ridiculizaciones de los mismos; pero “la mentira tiene patas cortas” y aquí estoy para dejarlo en evidencia).
¿Por qué, en la práctica, hoy en día esto (descubrir la existencia de Dios por medio de la razón) se ha hecho tan difícil?, ¿realmente qué es lo que impide creer al hombre moderno?
Para ponerlo en términos simples y directos: lo que principalmente impide creer al hombre moderno es su contexto, es decir, la modernidad misma. Aquí hay que precisar que por modernidad no me refiero a la acepción tecnológica del término (en el sentido de que ahora tenemos televisores, computadoras, etc.) sino a la sociológica, según la cual correspondería al tipo de civilización e ideología que viene a partir del humanismo del siglo XVI, donde se pasa de una concepción teocéntrica (Dios en el centro) a una concepción antropocéntrica (el hombre en el centro). No se trata propiamente de la era de la razón, como pretenden los modernos, pues también en la Edad Media había razón, en armonía con la fe. Se trata más bien de la era de la razón en ruptura con la fe. En ese contexto, nacen ideologías como el liberalismo, el marxismo, el positivismo, etc. Y luego la razón, loca sin la fe, termina suicidándose. Así la razón termina en el irracionalismo, negando que en esencia o en última instancia pueda haber ser, verdad, bien… todo es relativo. Eso es lo que se llama postmodernidad y esa es la trágica época en la que vivimos. Y la postmodernidad, aparte de su propia enfermedad, acumula de modo sui generis todas las enfermedades de la modernidad.
En ese contexto, cuando alguien nace en la actualidad, no nace en un contexto “amigable a la fe” (como en la Edad Media) ni tampoco en uno neutro donde pudiera usar sin prejuicios su sola razón natural para dilucidar la cuestión de la existencia de Dios, sino en un contexto sumamente hostil a la fe donde eslóganes como “todo es relativo” (relativismo), “sé libre y haz lo que quieras” (liberalismo), “la religión es el opio del pueblo” (marxismo), “solo el conocimiento científico es válido” (positivismo), etc. son algo ya insertado en la mentalidad social. Así que aquí el enemigo para la fe no es la razón sino el contexto cultural contrario a la fe. Y eso está incorporado en la mente de las personas sin necesidad de que lo sepan conscientemente (por ejemplo, se escucha a adolescentes diciendo que “Todo es relativo” sin que conozcan nada sobre el desarrollo filosófico e histórico del relativismo). He ahí el gran poder de las ideologías: que pueden moldear nuestras mentes sin que lo sepamos. Por tanto, un apologista efectivo tiene que ser muy consciente de esta situación y saber tratar con ello frente a personas concretas. Y precisamente a eso va mi próximo libro de apologética, que publicaré este año: a mostrar cómo realizar una apologética efectiva “en tiempo real” frente a personas de las más distintas posiciones (ateos cientificistas, ateos emocionales, agnósticos abiertos, agnósticos cerrados, creyentes con dudas, etc.).
¿Podría explicar las cinco vías de Santo Tomás de Aquino de la forma más sencilla y breve posible?
Difícil tarea teniendo en cuenta que hay varios que, deshonestamente, en lugar de interactuar con mis argumentos tal como están desarrollados con detalle y profundidad en mi obra, toman las versiones más simplificadas que de los mismos doy en entrevistas y, como si eso no bastara, distorsionan y sacan de contexto lo que digo. Pero allí va: 1) Vemos que en el mundo hay movimiento, relaciones de causa-efecto, seres que dependen de otros para existir, distintos grados de perfección, y orden; 2) Todo ello requiere de un sustento ontológico; 3) Pero no es factible una cantidad infinita de seres que se muevan unos a otros, se causen unos a otros, garanticen la existencia de otros, fundamenten la perfección de otros, o den su orden a otros, pues actualmente vemos efectos terminados y, en cambio, un proceso infinito no puede haber terminado; por tanto, se requiere de un ser que sea el Primer motor, la Causa incausada, el Ser subsistente, la Perfección pura, y el Sumo Ordenador; 4) Este ser se corresponde unívocamente con Dios; 5) Luego, Dios existe. Eso dicho de forma en extremo resumida y simplificada. Por tanto, si alguien quiere poner objeciones a esto de modo serio tendrá primero que ir a mi obra donde lo desarrollo con detalle y respondo directamente a múltiples objeciones de filósofos y científicos como David Hume, Immanuel Kant, Arthur Schopenhauer, Bertrand Russell, Richard Dawkins, Stephen Hawking, Graham Oppy, etc.
¿Cuáles serían otros caminos para llegar a la existencia de Dios?
Bueno, aparte de las cinco vías de Santo Tomás de Aquino hay quienes plantean otros argumentos como el ontológico (San Anselmo, Descartes, Alvin Platinga) o el moral (William Lane Craig, Paul Copan), pero personalmente considero -junto con Aquino- que el “argumento ontológico” no llega a ser probatorio y tengo mis dudas sobre la estructura del “argumento moral”. Mis razones al respecto están explicitadas en mi libro ¿Dios existe?
Ahora bien, más allá de los argumentos, otra vía para llegar a la existencia de Dios es, por supuesto, la experiencia personal. Muchísimas personas ni siquiera conocen los argumentos racionales a favor de la existencia de Dios, pero aun así llegan a conocerlo a través de la experiencia personal (de índole espiritual, evidentemente). Dicha experiencia personal no sirve intersubjetivamente para convencer a otros de la existencia de Dios pues es eso, personal, y, por tanto, no directamente transmisible; pero sí sirve subjetivamente para que el creyente tenga certeza propia sobre la existencia de Dios. Así que el creyente, incluso desde su conocimiento limitado, puede llegar a tener conocimiento personal de la existencia de Dios a partir de una experiencia espiritual directa (para el convencimiento interpersonal sí se requeriría de los argumentos basados en la sola razón natural). El ateo, en cambio, está en una situación muy distinta pues para tener propiamente un conocimiento de la (supuesta) “no-existencia de Dios”, al plantear un negativo absoluto (“Dios no existe”), requeriría primero haber explorado absolutamente todos los planos y dimensiones de toda la realidad.
Alguno ha atribuido “deshonestidad intelectual” a este planteamiento mío como si diera una ventaja arbitraria a los creyentes frente a los ateos. Pero eso simplemente demuestra que donde hay deshonestidad (o falta de comprensión) es en el otro lado. Primero, porque en el plano de la argumentación intelectual yo no establezco ninguna ventaja a priori para los creyentes sino que defiendo fuertemente que tanto ateos como creyentes deben partir de cosas de razonable conocimiento general (por ejemplo, las relaciones de causalidad) y a partir de allí justificar todos sus pasos deductivos para llegar a la existencia o no existencia de Dios. Por supuesto, considero que la postura teísta es la más razonable, pero esa es una ventaja que establezco a posteriori, no a priori (demostración clara de ello es que comencé siendo ateo). En donde considero que hay asimetría es más bien en el conocimiento personal, que se trata de algo distinto y que no uso para argumentar. Y eso no por una cuestión arbitraria sino por la naturaleza misma de las cosas. Para que todos lo entiendan fuera de prejuicios, pondré una analogía. Si alguien quiere afirmar que existe alguien llamado “Dante Urbina” basta con que me conozca sin necesidad de que explore absolutamente todos los registros de nombres de todos los países. En cambio, si alguien hace la afirmación en términos de negativo universal “No existe alguien llamado Dante Urbina”, para afirmarlo propiamente con conocimiento tendría necesariamente que revisar todos los registros de nombres de todos los países y estar también seguro de que absolutamente todos los nombres de personas existentes constan en dichos registros. Como dije, no es deshonestidad, ¡es la naturaleza de las cosas! Ya si alguien quiere cerrar su mente al razonamiento y al sentido común es otra historia…