Pregunta: “Hola, Dante. Una consulta: ¿cuál es tu opinión sobre la propuesta de que al momento de la muerte una persona pueda ser ´congelada´ a fin de preservar su cuerpo para una futura ´reanimación´? Sé que puede sonar a ciencia ficción, pero ya existen casos de personas que pagan por este ´servicio´. Además, me inquieta la idea de que en un futuro esa sea una práctica común, de la mano de más prácticas que parecen buscar la prolongación de la vida humana y la supuesta ´inmortalidad´.
Antes era ateo y gracias a ti ahora me estoy considerando más en el teísmo. En particular te atribuyo el respeto que hoy le tengo a la Iglesia Católica e incluso las ganas de aceptar el teísmo 100%. Aparte, de manera más personal, te comento que se me diagnosticó uranofobia (temor a lo que hay después de la muerte) desde los 8 años, de ahí mi pregunta. Aunque también me voy dando cuenta de que aceptar la muerte como parte del mismo significado de la vida es como una dosis de calma.
De antemano muchas gracias y ten presente que en México hay alguien que no solo ha visto todo tu material, sino que intenta luchar con el ateísmo de su día a día. De hecho, metiéndome donde no me llaman, he logrado uno que otro caso de conversión y espero con muchas ganas tu próximo libro. ¡Gracias!”
LIR – México
Respuesta de Dante A. Urbina
¡Vaya, qué gran alegría me das! No solo ya estás en el teísmo, sino que hasta estás ayudando a otros. Y digo “ya estás en el teísmo” teniendo presente lo siguiente: a veces, cuando recién nos despertamos, no nos damos cuenta del todo, en medio de la somnolencia, de que ya estamos realmente despiertos. Pero técnicamente ya estamos despiertos. Así que te animo a estar no solo despierto (abrir bien los ojos) sino también ya levantado (caminando). De hecho, parece también que ya te levantaste pues ya estás ayudando a otros y “metiéndote donde no te llaman”. Así que a seguir caminando en quien es el camino: Cristo mismo (cfr. Juan 14:6). En cuanto a lo que me comentas de la Iglesia Católica, te comparto una frase del gran Fulton Sheen cuya pertinencia y veracidad sabrás directamente ponderar: “No hay ni siquiera cien personas (…) que odien lo que la Iglesia Católica realmente es. Pero hay millones que odian lo que erróneamente creen que es la Iglesia Católica” (1).
Ahora, respecto de “congelar” a las personas al momento de su muerte para “reanimarlas” en un futuro, apunto en primer lugar que ello no resuelve el problema de la mortalidad del hombre, solo lo “patea” hacia más adelante. En efecto, hay quienes dicen que con esos procesos de congelamiento se podría extender la vida humana indefinidamente, pero ello no es así: en tanto entes físicos (otra cosa es nuestra parte espiritual, pero eso ya tiene que ver con filosofía y religión, no con procesos tecno-científicos de “congelamiento” y “reanimación”) estamos sometidos a las leyes físicas y una de estas es la ley de la entropía, la cual lleva a que en última instancia las formas de materia tenderán irreversiblemente a transformarse en energía y esta tenderá cada vez más a tomar formas más dispersas, con cada vez menos potencial de reutilización, hasta llegarse a un “punto muerto”. De ahí que varios físicos hablen de la llamada “muerte térmica” del universo. Como explica la Enciclopedia Británica: “Si el universo es un sistema aislado, entonces su entropía debe crecer con el tiempo. En efecto, la implicación es que el universo debe sufrir finalmente una ´muerte térmica´ por cuanto su entropía se incrementa progresivamente hacia un valor máximo y todas sus partes llegan al equilibrio térmico a una temperatura uniforme. Luego de ese punto, ningún cambio que implique la conversión de calor en trabajo útil sería posible” (2). Si esto es así, todo lo material tiene hora de caducidad. Se puede extender la vida tal vez muchísimo por medio de la tecnología, pero no se llegará a hacer al hombre propiamente inmortal.
De otro lado, como economista sé que cuando un bien es muy abundante las personas tienden a valorarlo menos (basta recordar cómo muchas personas no cuidan el agua porque disponen abundantemente de ella en el presente y pierden de vista que se puede acabar en el futuro -al menos en las formas aptas para el consumo humano). Dado ello, si los años de vida pueden, por medio de aplicar artificiosa ciencia (“congelamientos” y “reanimaciones”), extenderse mucho, bien puede suceder que la gente se tome cada vez menos en serio el carácter crucial de cada momento de su vida. El reflexionar sobre la finitud de la vida y el momento de la muerte ha llevado a muchos a cambiar moralmente, buscar a Dios, vivir más sabiamente, etc. Pero si la vida se puede extender “indefinidamente” (cosa ilusoria, como ya se estableció), la gente tenderá a vivirla de modo más banal, sin preocuparse por lo trascendente y así terminarán destruyéndose espiritualmente. Suena exagerado, pero no lo es: así funciona la naturaleza humana. Basta ver a aquellos alumnos que, porque tienen “todo el ciclo” para hacer un trabajo, terminan siendo irresponsables, olvidándose del él para hacerlo recién a última hora y después presentar algo que no será aprobado.
Por otra parte, en tu consulta me compartes que de niño se te diagnosticó uranofobia (temor a lo que hay después de la muerte). Ahora, como decía San Agustín: “Si Dios permite el mal es porque es tan sabio y bueno que del mismo mal puede sacar un mayor bien” (3). Y así lo veo: tu fuerte preocupación sobre el problema de la muerte te ha llevado a reflexionar a fondo sobre el sentido de la vida y eso, según se ve, ha traído el “mayor bien” de que ahora has descubierto de modo especial el teísmo. Y digo “de modo especial” porque no se trata aquí de mera creencia asumida por costumbre, sino que entras a esto poniendo a fondo tu corazón e intelecto. Esto me hace recordar las palabras de Jesús en Mateo 22:37: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”. Y también las palabras de Ludwig Wittgenstein, filósofo cuyo “encuentro con Dios” relato en mi libro ¿Dios existe? (4), quien el 8 de julio de 1916 escribía en su Diario Filosófico: “Bueno y malo dependen, de algún modo del sentido de la vida. Podemos llamar Dios al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo. (…) Pensar en el sentido de la vida es orar. Creer en Dios quiere decir comprender el sentido de la vida. Creer en Dios quiere decir ver que con los hechos del mundo no basta. Creer en Dios quiere decir ver que la vida tiene un sentido. Sea como fuere, de alguna manera y en cualquier caso somos dependientes, y aquello de lo que dependemos podemos llamarlo Dios”.
Pues bien, en atención a la gran alegría que me has dado con tu mensaje, te comparto también algo personal muy relacionado con lo aquí tratado. Resulta que cuando tenía 5 años estaba viendo una enciclopedia de historia del Perú (en mi casa siempre ha habido abundantes libros, por lo cual estoy infinitamente agradecido a mi padre) y encontré la imagen de una momia (bastante fea, por cierto). Pregunté a mi padre qué era eso por qué estaba así. Él me dijo que era una mujer que estaba muerta. Le pregunté qué significa estar muerto. Me explicó y “el mundo cayó sobre mí”: comprendí que no viviría para siempre. En ese instante me puse a llorar mucho, grité, pataleé. “¡No puede ser! ¿Cómo que no voy a vivir para siempre?”, pensaba para mis adentros mientras gritaba “¡No quiero morir!” aferrándome a la pata de una cama, como si ello fuese a evitar que la muerte “me llevara”. Creo que me tomaba muy en serio la vida y, por tanto, la muerte. Y así deber ser. Tal vez ya con ello estaba marcada mi “vocación filosófica” pues no me iba a conformar con respuestas fáciles o con olvidar el problema “viviendo la vida” (que es lo que la mayoría hace, perdiéndose en lo superficial en lugar de reflexionar sobre lo fundamental). La cuestión es seria y así lo han entendido filósofos de todos los tiempos y de las más diversas posiciones (Sócrates, Séneca, Heidegger, Camus, etc.). Unos años luego me volví, como de seguro sabes, ateo pero la investigación más a fondo me llevó al teísmo y, más en específico, al Catolicismo. Y esto no por mi deseo sino ¡en contra de mis deseos! pues el objetivo de mis investigaciones era destruir doctrinalmente a la Iglesia. Y allí, por la vía racional (repito, en lo que respectaba a mis emociones lo que quería era que el Catolicismo fuese falso) terminé encontrando clara respuesta a mi pregunta existencial: “Jesús le dijo: ´Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás´” (Juan 11:25-26).
Referencias:
1. Fulton Sheen, “Preface”, en: Leslie Rumble and Charles Carty, Radio Replies, Ed. TAN Books, Charlotte, 2001, vol. 1.
2. Gordon Drake, “Thermodynamics”, Encyclopaedia Britannica, 2018.
3. Citado por: Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q. 2, art. 3, sol. 1.
4. Véase: Dante A. Urbina, ¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer, Ed. CreateSpace, Charleston, 2016, pp. 213-216. (http://danteaurbina.com/dios-existe-el-libro-que-todo-creyente-debera-y-todo-ateo-temera-leer/)