Pregunta
“Dante, un cordial y respetuoso saludo. Soy estudiante de Doctorado en Física en la Universidad Nacional de Colombia. Escribo para felicitarte y pedirte ayuda con esta línea de razonamientos (también soy creyente católico). De antemano agradezco tus valiosas orientaciones:
1) Es bien sabido que un ser humano con un cerebro no desarrollado, defectuoso o bajo el influjo de sustancias no puede razonar ni considerarse libre. ¿Qué pasa con las facultades del alma inmaterial en estas circunstancias?
2) Además, nuestra personalidad, aspecto distintivo y único de nuestro ser, parece depender de nuestra genética e historia personal. ¿Qué papel juega el alma si dependemos tanto del cuerpo para ser lo que somos?
3) Siendo el alma inmortal, ¿cómo puede razonar y recordar después de la muerte si no hay cerebro?
4) ¿Cómo interactúa algo inmaterial como el alma con el cuerpo?, ¿cómo los espíritus como los ángeles pueden mover objetos sin cuerpo e incluso poseer a un cuerpo humano?
5) ¿Nuestra existencia es fruto de la voluntad directa de Dios o del libre albedrío de nuestros antepasados?
6) Si Dios sabía que al crear seres libres existía la posibilidad de que se dieran condenados e infelices para toda la eternidad, ¿por qué de todas formas dio lugar a su existencia?
7) ¿Por qué estaba la serpiente en el jardín del Edén? En otras palabras, ¿por qué Dios permite que el demonio y sus ángeles (caídos) interactúen con los seres humanos para tentarlos o dañarlos?
Muchas gracias por tus luces. Bendiciones”.
OE – Colombia
Respuesta de Dante A. Urbina
Es un gusto que me escriba un doctorando en Física. Las cuestiones que me planteas son de interés pues varias personas se las formulan de algún u otro modo. Pasemos a abordarlas:
1) “Es bien sabido que un ser humano con un cerebro no desarrollado, defectuoso o bajo el influjo de sustancias no puede razonar ni considerarse libre. ¿Qué pasa con las facultades del alma inmaterial en estas circunstancias?”: Las facultades del alma -intelecto y voluntad- permanecen dado que no dependen ontológicamente de lo material para existir. Simplemente sucede que se dificulta su operacionalización en el mundo puesto que ello sí depende de lo material. Esa es la distinción clave para resolver el aparente dilema. Al respecto ya he hablado en mi conferencia “Las neurociencias y el espíritu: Una visión teísta” realizada en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos: “Muchos neurocientificistas argumentan a favor del materialismo diciendo: ´Mira, pero cuando una persona sufre una lesión cerebral ya no piensa bien, no piensa correctamente´. Entonces, pueden listar todo un conjunto de anomalías que se dan en el cerebro, de daños en el cerebro, y cómo estas anomalías afectan la personalidad de los sujetos. ¿Significa esto que se comprueba el modelo neurocientificista? Creo que no, no es suficiente, porque también puede ser que esto sea explicable desde el modelo teísta. El modelo teísta plantea que el hombre es una unidad sustancial de cuerpo y alma. Entonces, por más de que nuestro pensamiento pueda tener un origen espiritual o inmaterial, su operacionalización en el mundo va a tener que pasar por canales materiales. Entonces, si estos canales materiales son defectuosos o están dañados o simplemente son parciales, la operacionalización no va a ser la correcta. Quiero ilustrarles esto con un ejemplo: imagine un guitarrista, un joven que sea sumamente hábil con la guitarra. ¿Qué sucede si la guitarra está desafinada o si a la guitarra se le ha roto una o dos cuerdas? Cuando el guitarrista coja esa guitarra y quiera sacar melodías obviamente eso no va a salir bien. Entonces, uno va a decir: ´Mira, cuando la guitarra está mal, la música le sale mal; por lo tanto, la explicación y la causa de la música de este guitarrista es meramente la guitarra´. Sabemos que hay algo incoherente en esa explicación: el guitarrista tiene una habilidad que maneja y la guitarra es el instrumento por medio del cual operacionaliza esa habilidad. Igualmente, podemos tomar al espíritu o la mente como el guitarrista y al cerebro como la guitarra” (1). Por su lógica la argumentación precedente cubre los tres casos referidos (cerebro no desarrollado, defectuoso o bajo el influjo de sustancias) y las razones específicas que muestran que el “modelo teísta de interpretación de las neurociencias” es más plausible que el materialista las he dado en la citada conferencia.
2) “Además, nuestra personalidad, aspecto distintivo y único de nuestro ser, parece depender de nuestra genética e historia personal. ¿Qué papel juega el alma si dependemos tanto del cuerpo para ser lo que somos?”: Siguiendo la antropología filosófica de Santo Tomás de Aquino podemos definir al hombre como una unidad sustancial de cuerpo y alma (2). En ese contexto, preguntar si lo que constituye al hombre es el cuerpo o el alma resulta un falso dilema. Sería como preguntar cuál de las dos hojas de una tijera es la que corta. El que el cuerpo influya o condicione nuestro proceso biográfico no tiene por qué necesariamente restar papel al alma y menos eliminar su existencia. Por ejemplo, en términos corporales bien puede darse que uno tenga todas las condiciones físicas y ambientales que lo impulsen a comer y aun así no lo haga. ¿Pero cómo es posible ello? Simple: porque el hombre no es “solo cuerpo”. Interesantemente, somos animales capaces de contradecir de modo autónomo nuestros propios instintos. En otras especies se halla, en cambio, que en los raros casos en que actúan fuera de la dinámica natural de sus instintos ello lo es no por impulso autónomo sino por condicionamiento externo por parte de otro agente y/o por la adecuación a un ambiente artificial (piénsese en los animales amaestrados de los circos o en nuestras mascotas). La razón de esta diferencia es que hay en el ser humano algo más allá de la mera animalidad: el espíritu, con las facultades de intelecto y voluntad. Así, un asceta puede, habiendo percibido en su intelecto los bienes espirituales que pueden derivarse de la práctica del ayuno, determinarse con su voluntad a no comer aun cuando todas las condiciones físicas lo impulsen a comer. Por tanto, aun cuando somos seres corpóreos que existen en el mundo material, queda, como mínimo, un muy importante papel para el alma: ser la condición de posibilidad de todo aquello en lo que de algún u otro modo superamos la mera animalidad. En específico, distingo cinco características especiales del ser humano a este respecto: trascendencia a la naturaleza, pensamiento abstracto, autoconciencia, libre albedrío y juicio moral. Todo ello ya lo he explicado con más detalle en el desarrollo del que he llamado “argumento antropológico para la existencia de Dios” (3).
3) “Siendo el alma inmortal, ¿cómo puede razonar y recordar después de la muerte si no hay cerebro?”: Puede hacerlo en virtud de que, como se ha explicitado en el punto anterior, el intelecto (capacidad de pensar) es una facultad que le es propia y no depende ontológicamente de la materia. A falta del cerebro, por tanto, puede cambiar su forma de operacionalización pero no tiene por qué desaparecer o dejar de operar en sentido absoluto (recuérdese que se dijo simplemente que lo material era necesario para su “operacionalización en el mundo”). Como dice Santo Tomás de Aquino: “Entender con imágenes es la operación propia del alma en cuanto está unida al cuerpo. Separada del cuerpo, tendrá otro modo de entender” (4). Una muy sugestiva demostración de la viabilidad fáctica, y no solo teórica, de este punto se halla en las llamadas “experiencias cercanas a la muerte”. Se trata de personas que, encontrándose en un estado de muerte clínica, experimentan de modo vívido todo un conjunto significativo de visiones. A este respecto resultan reveladores los casos de pacientes ciegos que, al volver a un estado consciente, describen con detalle el entorno físico (personas, situaciones, objetos, etc.) en que se encontraban durante la experiencia de modo coincidente con la realidad. Y esto reportado no por cualquier “hablador” sino por Raymond Moody, uno de los mayores expertos en este tipo de fenómenos a nivel mundial, con doctorados en Filosofía y Psicología (5). También es de destacar el caso de Eben Alexander, neurocirujano de la Universidad de Harvard, que da elocuente testimonio sobre la realidad espiritual que presenció durante nueve días en que estuvo en coma en su libro La Prueba del Cielo (6).
4) “¿Cómo interactúa algo inmaterial como el alma con el cuerpo?, ¿cómo los espíritus como los ángeles pueden mover objetos sin cuerpo e incluso poseer a un cuerpo humano?”: La condición de posibilidad para que dos cosas puedan relacionarse o influirse es que haya alguna instancia de conmensurabilidad, es decir, algo como un “terreno común”. ¿Pero qué instancia de conmensurabilidad puede haber entre lo material (cuerpo) y lo inmaterial (alma)? Respuesta: el ser. Tanto las cosas o entes materiales como inmateriales tienen en común que “son”. Luego, existe la posibilidad de que se puedan relacionar o influir. “¿Pero cómo los espíritus no-físicos pueden mover objetos físicos?”, se insistirá. Si al formular esa pregunta por el término “cómo” se está pidiendo una explicación estructurada en términos de describir al detalle procesos específicos como si se tratase de la secuencia de alguna reacción química, ello cae fuera de contexto pues tal tipo de explicación es propia del conocimiento científico y la cuestión de lo espiritual transciende su rango epistémico. Pero si por el término “cómo” se está pidiendo más bien una explicación de cómo ello puede ser racionalmente posible, sí se lo puede explicar apelando a la filosofía que, al tratar del ser y el conocer en general, no tiene por qué circunscribirse a lo meramente “fenoménico”. Pues bien, resulta que filosóficamente no hay mayor problema. Es un principio de racionalidad y sentido común básico que lo más general puede influir sobre lo más particular y que lo superior puede influir sobre lo inferior. Ahora, si nos posicionamos desde una perspectiva teísta -cuya validez ya he probado detallada, contundente e independientemente en otra parte (7)-, tenemos que lo espiritual es no solo más general sino también superior a lo material. Y esto puede deducirse de la sola razón considerando la posibilidad de existencia de entes espirituales autónomos: mientras que lo material está circunscrito a un determinado espacio y se ve sometido a las contingencias del devenir físico (basta pensar en la entropía), lo inmaterial considerado en sí mismo no se ve afectado por ello y más bien lo trasciende (piénsese, como referencia, en un objeto abstracto como el teorema de Pitágoras que es válido en todo tiempo y lugar sin tener que depender siquiera de que Pitágoras lo descubra). Por tanto, dados esos principios, resulta racionalmente viable que ocasionalmente un ente o parte espiritual puede influir sobre un ente o parte material. Así, si bien no puedo dar una explicación científica en términos de proceso sobre exactamente cómo alguien puede mover su brazo a voluntad o de cómo se da el fenómeno poltergeist (espíritus que mueven objetos), sí puedo dar una explicación filosófica de por qué ello es posible sin implicar absurdo ni contradicción.
5) “¿Nuestra existencia es fruto de la voluntad directa de Dios o del libre albedrío de nuestros antepasados?”: Nuevamente se trata de un falso dilema. ¿Qué contradicción intrínseca hay entre que nuestra existencia sea voluntad directa de Dios y que pueda darse en virtud del libre albedrío de nuestros antepasados como para plantearlos como si fueran alternativas excluyente (“o lo uno o lo otro”)? Dios en su providencia e infinita sabiduría puede perfectamente llevar a cabo su voluntad teniendo en cuenta desde ya e incluso usando el genuino libre albedrío de las distintas personas. Santo Tomás de Aquino lo expresa con contundencia: “Por tener Dios providencia directa de todas las cosas, no quedan excluidas las causas segundas” (8). Aquí la voluntad de Dios sería la causa primera y la voluntad de nuestros antepasados sería la causa segunda. De este modo, aunque el proceso en virtud del cual se fueron conociendo nuestros antepasados sea contingente, ello no quita que todo ello esté dentro de la voluntad de Dios que dispone tanto lo necesario como lo contingente. Como dice el Aquinate: “Así sucede de forma infalible y necesaria lo que la providencia divina dispone que suceda de modo infalible y necesario. Y sucede de modo contingente lo que la providencia divina determina que suceda contingentemente” (9). En suma, sea lo que fuere, en el contexto teísta se llega a que nadie es un accidente.
6) “Si Dios sabía que al crear seres libres existía la posibilidad de que se dieran condenados e infelices para toda la eternidad, ¿por qué de todas formas dio lugar a su existencia?”: Varias personas se formulan esta pregunta desde una muy fuerte carga emocional. Pero dejemos lo emocional y vayamos a lo racional. Considerados en conjunto, respecto de los seres libres Dios tiene dos posibilidades: crearlos o no crearlos. Él puede elegir no crearlos, pero si elige crearlos (como sabemos que es el caso) ello debe hacerlo necesariamente conforme a las leyes lógicas. En efecto, como ha dicho magistralmente el apologista cristiano C. S. Lewis, “a Dios se le pueden atribuir milagros, pero no absurdos” (10). O sea, Dios puede romper las leyes de la física, pero no las de la lógica. ¿Por qué? Porque las leyes de la lógica son necesarias para todo tipo de estructura de realidad posible; las leyes físicas, en cambio, solo representan la estructuración particular de cierto tipo de realidad contingente (la física). Así, puede perfectamente haber universos con otras propiedades físicas, pero no puede haber universos con “círculos cuadrados”. Los físicos especulan significativa y coherentemente con lo primero; con lo segundo, en cambio, no puede haber especulación significativa y coherente alguna, solo se trata de un juego vacío de palabras. Entendido esto, volvamos a la cuestión. Si Dios crea un conjunto de seres libres tiene necesariamente que crearlos como tales, no puede crear seres “libres no-libres” (11). Asimismo, para que sean libres tiene que constituirlos necesariamente como seres espirituales pues la libertad no es una propiedad de la materia sino de la voluntad, que es una potencia del alma inmaterial. Pero el alma, al ser inmaterial y no dependiente del cuerpo para su ser como tal sino solo para su operacionalización en el mundo, ha de subsistir a la muerte del cuerpo y, no teniendo principio en sí misma que la pueda llevar a auto-eliminarse (uno puede destruir su cuerpo a voluntad pero no se ve que pueda lograr dejar de tener alma a voluntad), subsistirá de modo indefinido. Luego, tenemos que el alma es de por sí inmortal. Así queda racionalmente establecido que si Dios elige crear seres libres los creará necesariamente como seres genuinamente libres de alma inmortal. Dios no los puede hacer como “seres libres no-libres” o con “alma inmortal-mortal”. Pues bien, aquí viene la solución racional al problema: si Dios crea seres genuinamente libres es siempre posible, por causa de la misma libertad de estos, que algunos elijan la vía del no-amor rechazando a su Creador y, dado que se trataría de seres espirituales de alma inmortal, al morir el cuerpo permanecería el alma en ese estado de no-amor, de no-Dios. Pero esto último es fundamentalmente lo que constituye la condenación o infierno: la eterna separación voluntaria de la criatura respecto de su Creador, fuente de toda verdad y bien. Dios pone todos los medios generales para la salvación de todas las criaturas pero una vez que estas toman su decisión de “amor” o “no-amor” ello se consolida en el alma inmortal, no siendo posible el absurdo de un alma “inmortal-mortal”. Sin embargo, se volverá con insistencia sobre la pregunta inicial: “¿Pero por qué mejor Dios simplemente no crea a quienes sabe que se van a condenar?”. El supuesto necesario detrás de esa pregunta es el siguiente: que es lógicamente posible que Dios cree un “mundo posible” en el que con absoluta seguridad todas las criaturas libres se salvarán. Como dijimos, Dios puede elegir no crear, pero si elige crear hace ello con todas sus consecuencias. ¿Y cuál sería, en ese contexto, la única forma de asegurar que todos los seres se salvarán? Pues simple: programándolos deterministamente para ello. Pero el pequeño problema con tal “solución” es que… ¡no es lógicamente posible! La salvación, consistiendo en acceder a la comunidad plena del amor en unión eterna con Dios, tiene que implicar necesariamente un acto libre pues el amor es por esencia un acto de la voluntad y solo puede ser tal si la criatura es metafísicamente libre. Pero no puede haber tal cosa como un “acto genuinamente libre programado determinísticamente”. Pretenderlo sería tanto como afirmar la coherencia de un “círculo cuadrado”. Ergo, no hay “mundo posible” en que se pueda asegurar que absolutamente todas las criaturas elegirán libremente la salvación. Pero, como establecimos, lo contrario era el supuesto necesario para que proceda la pregunta de esta parte. Por tanto, antes que poner emocionalmente en cuestión a Dios debemos poner racionalmente en cuestión la pregunta. Por supuesto, queda el escenario de que Dios simplemente no hubiere creado ningún universo con seres libres y, dado ello, nadie se podría condenar por el simple hecho trivial de que no existiría nadie. Pero ello implica también que no existirá absolutamente ningún agente libre que hubiere podido alcanzar la salvación y felicidad eterna si se le hubiere dado la existencia. Entonces viene la pregunta: ¿por qué gente que libremente elegiría rechazar a Dios tiene que tener un “poder de veto” sobre Él como para impedirle absolutamente el crear un universo con criaturas libres con la posibilidad de alcanzar la felicidad eterna? No veo razón por la que Dios tenga que someterse a la gente malvada quedando impedido de crear seres libres. Dios ha elegido crear seres libres que puedan alcanzar la felicidad eterna y, en el marco de ello, no los ha dejado solos, sino que ya ha hecho algo que no es para nada poca cosa: hacerse hombre para morir cruelmente en una Cruz con tal de demostrarnos su amor infinito y otorgarnos el gran medio de salvación. Frente a eso la pregunta correcta ya no es cómo un Dios bueno puede permitir que existan hombres malos que libremente se condenen sino ¡como hay hombres malos que libremente eligen rechazar a un Dios bueno!
7) “¿Por qué estaba la serpiente en el jardín del Edén? En otras palabras, ¿por qué Dios permite que el demonio y sus ángeles (caídos) interactúen con los seres humanos para tentarlos o dañarlos?”: La respuesta a esto se deriva de los puntos ya establecidos en la respuesta anterior. Los ángeles que eligieron rechazar a Dios, es decir, lo que llamamos demonios, son seres libres. Como tales, tienen capacidad de acción. Dios permite que ellos actúen del mismo modo en que permite que nosotros actuemos incluyendo también aquello en que hacemos bien o mal a otros. Pero, por supuesto, siendo Él soberano, puede regular la acción libre de los demonios para que en última instancia sirva a sus propósitos. Como ha dicho San Agustín: “Si Dios permite el mal es porque es tan sabio y bueno que del mismo mal puede sacar un mayor bien” (12). Así, Dios no permite que los demonios hagan un mal absoluto y menos aun cuando buscan tentarnos o dañarnos. Como dice el apóstol Pablo: “Dios no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas” (1 Corintios 10:13). Y en ello concurre el padre Fortea, uno de los exorcistas más famosos del mundo, en su extraordinaria obra Suma Daemoniaca: “El ser humano es débil. De manera que Dios nos cuida como a niños. (…) Dios, como padre que es, vela porque ninguno de sus hijos sea presionado más allá de lo que puede soportar. De todo esto se ve la sabiduría que hay detrás del viejo dicho: Dios aprieta pero no ahoga” (13). ¿Pero qué bien podría salir de permitir ocasionalmente la acción de los demonios en el mundo? Pues bueno, a decir verdad, en un mundo tan descreído como es el nuestro desde la llamada “modernidad” dejar que los demonios actúen de modo particularmente visible o fuerte algunas veces (piénsese en algunos casos famosos de exorcismos relativamente recientes) es uno de los recordatorios más elocuentes de que Dios existe y que necesitamos volvernos hacia Él, que es el Sumo Bien, único en el que puede haber plena felicidad. Es más, ¡hasta la misma tentación de la serpiente en el Edén trajo un mayor bien que el mal que causó! En efecto, la naturaleza del hombre cayó por el pecado, pero el remedio que dio Dios al hacerse hombre fue no solo dar la posibilidad de reparar la naturaleza humana a como estaba en el comienzo sino de hacerla trascender hacia la unión plena con Él. De este modo, por causa de que Dios se hizo hombre, el ser humano, que es menos a los ángeles por naturaleza, puede hacerse más grande que estos por la gracia. Como dice San Agustín: “Vino el Hijo del hombre a buscar y salvar lo que había perecido. Si el hombre no hubiera pecado, el Hijo del Hombre no habría venido” (14). Es por eso que en la Iglesia se dice en la bendición del cirio pascual: “¡Oh feliz culpa, que nos mereció tener tan gran Redentor!”. Y todo esto no es más que lo que ya se enseña en Romanos 5:20: “Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”.
Referencias:
1. Dante A. Urbina, “Las neurociencias y el espíritu: Una visión teísta”, conferencia realizada en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima – Perú), 20 de noviembre del 2013. (Disponible en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=Y1153hHRsd8)
2. Cfr. Jean Paul Martínez, “La dignidad de la persona humana en Santo Tomás de Aquino”, vol. 6, n° 1, 2012, p. 145.
3. Véase: Dante A. Urbina, Dios, ¿existe o no existe?: El gran debate, Ed. Misión 2000, Arizona, 2014, pp. 31-34. (http://danteaurbina.com/dios-existe-o-no-existe/)
4. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q. 75, art. 6, sol. 3.
5. Véase: Raymond Moody, Reflexiones Sobre la Vida Después de la Vida, Ed. Edaf, Madrid, 1978.
6. Eben Alexander, Proof of Heaven: A Neurosurgeon´s Journey Into Afterlife, Ed. Simon & Schuster, New York, 2012.
7. Véase: Dante A. Urbina,¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer, Ed. CreateSpace, Charleston, 2016. (http://danteaurbina.com/dios-existe-el-libro-que-todo-creyente-debera-y-todo-ateo-temera-leer/)
8. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q. 22, art. 3, sol. 2.
9. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q. 22, art. 4, sol. 1.
10. C. S. Lewis, El Problema del Dolor, Magdalen College, Oxford, 1940, p. 9.
11. Esto no reduce en nada a la Omnipotencia divina como ya he explicado en mi solución a la “paradoja de la Omnipotencia” en: Dante A. Urbina,¿Dios existe?: El libro que todo creyente deberá (y todo ateo temerá) leer, Ed. CreateSpace, Charleston, 2016, pp. 183-184.
12. Citado por: Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q. 2, art. 3, sol. 1.
13. José Antonio Fortea, Suma Daemoniaca: Tratado de Demonología y Manual de Exorcistas, Ed. Dos Latidos, Huesca, 2004, p. 32.
14. Citado por: Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, IIIa, q. 1, art. 3.