“Yo debo acusar, yo acuso”: La Economía como culpable de la crisis ecológica

Hace no mucho, con la crisis del 2008, el mundo se enfrentó con las consecuencias de haber sobrevalorado sus activos financieros. Pero una crisis mucho más grave sigue adelante: el desastre ecológico causado por infravalorar nuestros recursos ecológicos, que son la base primaria de todo el desarrollo económico.

Etimológicamente Economía significa “administración de la casa”, y justamente por ello esta disciplina debería preocuparse por el “cuidado de la casa”, es decir, del medio ambiente. No obstante, la teoría económica dominante (neoclásica) ha ignorado sistemáticamente esta responsabilidad e inclusive ha contribuido en cierto modo a agravar la problemática ecológica siendo que como mínimo ha “bloqueado” en gran parte la posibilidad de que los economistas piensen a fondo este tema como debería ser.

Todo parte del concepto de “racionalidad” a partir del cual se construye todo el edificio teórico. De acuerdo con la teoría económica ortodoxa, se entiende por racionalidad al comportamiento optimizador según el cual los agentes económicos buscan su mayor beneficio dadas las restricciones a las que se enfrentan. El problema es que, cuando se ignora la restricción ecológica (cosa hecha desde los inicios del industrialismo y recién contemplada ahora que ya es demasiado tarde), la pretendida racionalidad particular del agente económico puede terminar desembocando en una gran irracionalidad colectiva que destruye el planeta y termina perjudicando a todos.

Por otro lado, se postula que el comportamiento “racional” del agente productor es maximizar su beneficio, buscar siempre la mayor ganancia. Desde esta lógica, fuera de restricciones, toda empresa pesquera tiene el interés de enviar una flota mayor que la de las demás para conseguir más pescado el cual está a disposición de todos. Como todas las empresas hacen lo mismo y actúan en un despiadado mundo competitivo, deben desarrollar tecnologías que les permitan pescar más peces a un menor coste. Así, en poco tiempo se acabarán los peces, lo cual perjudicará a todos. ¿Que se pueden poner leyes para restringir eso? Por supuesto. Pero hay que recordar dos cosas. Primero, que para gran parte de los recursos biológicos del planeta ya es demasiado tarde: las especies están en peligro de extinción, se han provocado defectos genéticos que afectan su reproducción o simple y llanamente se ha degradado de modo grave (cuando no destruido) el entorno en que subsistían. En segundo lugar, hay que recordar el tema del riesgo moral: las empresas harán lo mínimo necesario para cumplir con la ley, influirán para cambiar las leyes mismas o, cuando no puedan hacerlo, sobornarán a los encargados de hacerlas cumplir.

Así pues, en este contexto nos encontramos con que varias de las empresas no solo actúan amoralmente en un mundo donde sus actos tienen consecuencias y, por tanto, una dimensión ética, sino que en ocasiones llegan a la inmoralidad y el cinismo más extremos (aunque, claro, para la teoría económica estándar las cuestiones éticas son algo puramente “exógeno”). Por ejemplo, en el 2006, durante la reunión anual de Davos, los representantes de la industria petrolera conversaban sobre las nuevas oportunidades que les proporcionaba el calentamiento global: el derretimiento de los casquetes polares les facilitaría el acceso al petróleo que se encuentra bajo el Ártico (2).

Otro caso indignante es el de aquellos fabricantes de un frigorífico italiano que trasladaron sus fábricas a China para reducir el nivel de emisión de los clorofluocarburos (CFC) en su país (3). Eso es absolutamente cínico: cualquier empresario es lo suficientemente inteligente como para saber que el planeta tierra tiene solamente una capa de ozono y que la misma no está dividida por países.

Como vemos, la “mano invisible” (concepto introducido por Adam Smith, padre de la Economía, para explicar “lo bien” que funciona el libre mercado) es de verdad invisible cuando se trata de salvar al planeta.

Referencias:

1. Rosae Marín Peña, “En 2030, la población mundial consumirá los recursos de dos planetas Tierra”, Tendencias 21, 14 de marzo del 2014.

2. Cfr. Joseph E. Stiglitz, Cómo Hacer que Funcione la Globalización, Ed. Taurus, Madrid, 2006, p. 223.

3. Cfr. Geiko Müller-Fahrenholz, El Espíritu de Dios: Transformar un Mundo en Crisis, Ed. Sal Terrae, Santander, 1996, p. 98.

Dante A. Urbina

Dante A. Urbina

Autor, conferencista y docente especializado en temas de economía, filosofía y teología. Seleccionado entre los mejores jóvenes investigadores del mundo para participar en la Reunión de Premios Nobel de Economía en Lindau (Alemania). Todos sus libros han estado en entre los más vendidos de su categoría en Amazon.
Dante A. Urbina

Dante A. Urbina

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