* Se comparte el texto del prefacio del libro “La Economía Irracional: De cómo Nos Manipula el Sistema Económico” (Kindle Direct Publishing, Seattle, 2021) de Dante A. Urbina. Puedes adquirirlo (en físico o virtual) aquí: https://www.amazon.com/-/es/Dante-Urbina-ebook/dp/B09MZFWG1K
Vivimos en un mundo en el que se desperdician toneladas de alimentos. Por ejemplo, en el 2019, año previo a la pandemia de la Covid-19, se estima que hubo 931 millones de toneladas de alimentos desperdiciados, es decir, alrededor del 17% de la producción total de alimentos fue a parar a la basura (1). Asimismo, un relevante estudio académico hallaba que en 2015 había un total de 107.7 millones de niños y 603.7 millones de adultos con obesidad, siendo que desde 1980 la obesidad de había duplicado en más de 70 países (2). Asimismo, se estima que cada día 24 000 personas mueren de hambre (3), lo cual significa más de 8.7 millones de muertes al año.
Estos datos pueden ir cambiando en el futuro. Solo el tiempo dirá si los nuevos datos serán mejores o peores. Pero lo cierto es que muestran una característica estructural de nuestra economía global. Vivimos en una economía irracional, en una economía en la que se desperdician alimentos y se muere por obesidad al mismo tiempo que hay millones que mueren de hambre. Si a esto no se le pueden llamar auténticamente una economía irracional entonces sé a qué pueda llamarse tal.
“La economía es la administración de los recursos escasos para satisfacer las necesidades humanas”, rezan los manuales de economía. Ese es un orden racional: administrar recursos para satisfacer necesidades. Pero lo que tenemos en gran parte en nuestro sistema es que se están produciendo necesidades para expandir la venta de los productos (recursos). Ese es un orden irracional: administrar necesidades para vender productos. Ya no es la oferta la que sirve a la demanda, sino la demanda la que sirve a la oferta. El orden económico se invierte y se genera un gran desorden, pero un desorden sistemáticamente influido por aquellos que se benefician de tal sistema. Estamos en la era de la hiper-producción, el hiper-consumo y el hiper-absurdo. No ahogamos miserablemente en medio de la opulencia en que los países ricos mueren espiritualmente y los países pobres mueren materialmente, en que unos mueren por exceso de alimento y otros mueren por falta de alimento.
Por supuesto, los economistas convencionales estarán preparados para hacer la consabida réplica de que las necesidades humanas son ilimitadas y, por tanto, nunca puede hablarse propiamente de abundancia pues los recursos siempre serán escasos en relación a las infinitas necesidades humanas. Pero, ¿cómo sabemos que las necesidades humanas son infinitas? Esa es una premisa que tiene que ser examinada. Convencionalmente se responde que las necesidades son infinitas en tanto no tienen fin, son recurrentes: uno puede comer un pan ahora, pero luego le volverá a surgir el hambre. Pero la verdad es que ello sí tiene fin: los muertos no comen. Puede parecer una observación trivial, pero consideremos lo siguiente: ni siquiera en toda nuestra vida llegaremos a sumar una cantidad infinita de consumo. De hecho, en cada momento solo podemos consumir una cantidad finita de bienes. No necesitamos infinita comida para estar satisfechos. En general nos basta con uno o dos platos bien servidos. Otra respuesta que se da es que las necesidades son ilimitadas en número por su variedad: uno necesita alimento, vestimenta, vivienda, educación, etc. Pero esto no resulta obvio. Si bien hay múltiples categorías de necesidades, no se ve clara justificación de que la diversidad de categorías es infinita. Y si a lo que se quiere apelar es las necesidades espirituales del hombre son infinitas, hay que responder que se está dando más bien un excelente argumento para validar nuestra postura: en tanto nuestro sistema económico se enfoca en una dinámica materialista de satisfacciones materiales bien se le puede calificar de irracional por desdeñar las espirituales.
Ahora bien, es importante hacer una aclaración: no se está diciendo aquí que el 100% de la economía, en absolutamente cada detalle de cada transacción, es irracional. Es claro que es racional que una familia vaya a comprar pan cada día. A lo que llamamos economía irracional es más bien a un flujo o dinámica que ocurre en nuestra realidad económica y que viene dado por manipular necesidades para expandir las ventas. Se trata de las personas al servicio de las cosas o incluso las personas transformadas en cosas. Por supuesto, también existe el flujo racional en que se administran recursos para satisfacer necesidades. Pero el punto es que el flujo irracional viene teniendo cada vez más influencia y preponderancia en la configuración de nuestra realidad económica y social, especialmente a partir de lo que aquí llamamos “tercera ola del capitalismo”.
Cabe anotar que la teoría económica convencional, es decir, la neoclásica juega un papel de cómplice en este proceso. Que dicho papel sea jugado de forma consciente o inconsciente es algo debatible. Pero lo que es indiscutible es que no es más que una mitologización una teoría económica que nos dice que somos agentes racionales que actúan de modo óptimo en las transacciones de mercado tal que la oferta sirve a la elecciones libres y autónomas de la demanda. Esta se trata de una mitologización útil pues a los grupos de poder que se benefician de la economía irracional les es muy conveniente que los economistas vean al sistema como “racional” y prediquen ello, cual celosos sacerdotes, a la sociedad entera. De este modo, la teoría económica deviene en una racionalización de la irracionalidad. Y esto también puede decirse, aún con más razón, de los economistas de la Escuela Austríaca que viven en su ensoñación del “orden espontáneo” de libre mercado para oponerse a cualquier regulación con un dogmatismo tal que raya en el fanatismo religioso. Basta verlos repitiendo frases como “¡Viva la libertad caraj…!” o “Todo impuesto es un robo” como si se tratase de revelación divina dada en Sagradas Escrituras que todos debieran respetar y seguir.
Sea lo que fuere, vivimos en una locura a la que se ha llamado racionalidad. En ese contexto, este libro es un acto de rebeldía, un gritar “¡Ya basta!”, una denuncia. Por supuesto, esto implica el riesgo de ser tomado por loco. En un mundo loco ser cuerdo es una locura. Pero es un precio que vale la pena pagar por decir la verdad. En un mundo lleno de mentiras decir la verdad es un acto de rebeldía contra el sistema. Cuando era adolescente quería ser “rebelde”, pero al final ello era conforme a las modas del mundo, era parte del sistema no una rebelión contra el sistema. Hablar del ser, del bien, de la verdad, del amor en este mundo y más aún si uno pretende aplicarlo a la economía… ¡eso es rebeldía! Pero aquí estoy, en la situación de ser un economista rebelde. Y si a algo he de aferrarme, será al dictum atribuido a San Atanasio en medio de la crisis arriana: Si el mundo está contra la Verdad, ¡pues yo estoy contra el mundo!
Referencias
1. Cfr. Fernanda Paúl, “Las impactantes cifras que deja el desperdicio de comida en el mundo (y cuáles son sus efectos)”, BBC News, 15 de marzo de 2021.
2. GBD 2015 Obesity Collaborators, “Health effects of overweight and obesity in 195 countries over 25 years”, New England Journal of Medicine, vol. 377, n° 1, 2017, pp. 13-27.
3. “Hasta 18.000 niños de uno a cuatro años mueren de hambre cada día”, ABC, 16 de octubre de 2019.